Entrega agujas y madejas, vuelve el interés de los jóvenes por coser o aprender ganchillo

Mercería sarabia

Durante décadas, coser o hacer ganchillo eran actividades asociadas casi exclusivamente a generaciones mayores. Pero algo ha cambiado. Cada vez más jóvenes, entre los 20 y 30 años, se apuntan a cursos de costura o se sientan frente a un ovillo como quien desconecta del ruido digital. ¿Una moda pasajera o un síntoma de algo más profundo?

En tiempos de inmediatez, de scroll infinito y de algoritmos que dictan lo que nos gusta, sorprende y fascina ver cómo gestos pausados y repetitivos como enhebrar una aguja o tejer punto a punto están volviendo con fuerza. Y no solo como hobby, sino como forma de vida, de expresión y, en muchos casos, como una manera de reconectar con lo tangible.

“En los cursos de costura que impartimos en Vigo, cada vez es mayor el interés de los jóvenes entre 20 y 30 años”, comenta Lucía de Mercería Sarabia, mercería online que también ofrece formación presencial. “Vienen buscando aprender desde cero, pero también valoran el ambiente, la calma, la sensación de crear algo con sus manos. Muchos y muchas incluso traen ideas propias para personalizar ropa o hacer regalos únicos”.

Este fenómeno no es exclusivo de Galicia. Desde Zaragoza hasta Ferrol, la recuperación de los oficios manuales está en auge. El ganchillo, por ejemplo, ha dejado de ser una imagen de salón antiguo para convertirse en una herramienta creativa al servicio de una nueva generación. Redes sociales como TikTok o Instagram están llenas de tutoriales, patrones modernos y creaciones que combinan tradición y diseño contemporáneo.

Detrás de esta tendencia hay varios factores. Por un lado, la búsqueda de sostenibilidad: coser es también reparar, alargar la vida de las prendas, escapar del fast fashion. Por otro, una necesidad creciente de bajar el ritmo, de encontrar espacios donde el tiempo no se mida en likes. Y, en paralelo, el valor añadido de lo hecho a mano: prendas únicas, irrepetibles, con alma.

Pero hay algo más que habilidad en juego. Aprender a coser, bordar o tejer no es únicamente una cuestión técnica, sino una forma de recuperar un conocimiento ancestral que estuvo al borde del olvido. En ese proceso, muchas personas jóvenes descubren, casi sin buscarlo, un espacio de conexión, autoestima y paciencia. Una actividad que no solo relaja, sino que también crea comunidad, diálogo intergeneracional y orgullo por lo hecho con las propias manos.

No se trata de mirar al pasado con nostalgia, sino de reinterpretarlo con otros ojos. De ahí que algunos talleres combinen el ganchillo con la música urbana, o que las prendas nacidas de estos cursos tengan guiños al diseño gráfico, al arte digital o incluso a reivindicaciones sociales.

¿Estamos ante una moda más? Tal vez. Pero si lo es, al menos es una que enseña, conecta y transforma. Y que, puntada a puntada, está hilando algo más que bufandas: una manera de encontrar sentido en lo simple, un refugio silencioso frente al ruido constante del presente.

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