
En una sociedad en la que todo parece ir más deprisa de lo que quisiéramos, hay una palabra que permanece como un ancla de seguridad en medio de la incertidumbre: “seguro”. Desde los coches hasta la salud, pasando por el hogar, los móviles o incluso las mascotas, el mercado de los seguros ha crecido exponencialmente en los últimos años. Pero, a pesar de su omnipresencia, sigue siendo un mundo lleno de jerga legal, cláusulas que pocos leen y coberturas que uno no sabe si tiene hasta que llega el problema.
Una de las paradojas del sector asegurador es que muchas personas no entienden bien qué están contratando. Se firman pólizas por inercia, por obligación legal o porque “me lo recomendó un amigo”, pero sin dedicar tiempo a leer las condiciones, las exclusiones o la letra pequeña. De ahí que, cuando ocurre un siniestro, el desconcierto sea habitual: ¿está esto cubierto? ¿Me van a pagar todo? ¿Por qué tengo que adelantar el dinero? Preguntas legítimas que surgen, muchas veces, en el peor momento.
En este contexto, cobra especial relevancia el papel de los mediadores. A diferencia de los comparadores online, que ofrecen precios de forma rápida pero poco asesoramiento personalizado, las corredurías aportan algo que hoy escasea: tiempo para explicar. Es aquí donde entra en juego la correduría de seguros Liberbon, que actúa como puente entre el cliente y las compañías aseguradoras. Su papel no es vender productos, sino ayudar a elegir el seguro adecuado según las necesidades reales, explicando coberturas, exclusiones y condiciones con claridad.
Uno de los sectores donde más se nota esta necesidad de comprensión es el del seguro de hogar. En muchos casos, los clientes desconocen si su póliza cubre daños por fenómenos meteorológicos, robos fuera del domicilio o problemas con el inquilino. La sorpresa llega cuando la compañía se niega a pagar una reparación, alegando que no está incluida o que la responsabilidad recae en terceros. La prevención, en este caso, pasa por entender bien lo que uno contrata, más allá del precio.
También ha crecido el interés por seguros menos tradicionales, como los que cubren ciberataques, cancelaciones de eventos o incluso divorcios. El mercado se adapta a los tiempos, pero muchas veces lo hace más deprisa que el conocimiento del consumidor medio. Las aseguradoras innovan, pero los usuarios necesitan aún traducción.
En resumen, contratar un seguro debería ser un acto de tranquilidad, no una fuente de ansiedad futura. Y aunque no podemos eliminar los imprevistos de la vida, sí podemos prepararnos mejor para ellos. Elegir con conocimiento, asesorarse con profesionales y no dejarse llevar solo por el precio es, al fin y al cabo, la mejor forma de asegurar no solo nuestros bienes, sino también nuestra paz mental.